📅 12/08/2025
Mateo 18, 1-5. 10. 12-14
Jesús abraza a un niño y nos enseña que en la sencillez de los pequeños, Él está revelando la grandeza del Reino. Si sientes orgullo o luchas por destacar en medio de presiones y comparaciones, esta Palabra es medicina que sana tu corazón y guía tus pasos hacia la humildad y la verdadera grandeza.
Antes de iniciar, siéntate en calma, apoya tus pies firmemente y respira profundo tres veces… siente cómo tu mente se aquieta… Dios está aquí, presente en este momento contigo… No importa si tu oración parece pequeña o imperfecta… ven tal cual eres, sin máscaras, y permite que Jesús te tome de la mano y te muestre su ternura y el camino del verdadero amor.
Jesús enseña la humildad y la importancia de los pequeños en el Reino.
Yo soy tu Buen Pastor… Te busco incluso cuando te pierdes… Hoy descanso tu corazón cansado en mis brazos y te prometo que nunca dejaré de llamarte hasta encontrarte y devolverte al hogar del Padre.
Padre de amor, en el nombre de Jesús, tu Hijo y nuestro hermano, y con la guía del Espíritu Santo, hoy me acerco a ti reconociendo mi fragilidad y mis búsquedas equivocadas de grandeza. Muchas veces me pierdo en el orgullo y en el deseo de ser el primero, olvidando tu llamado a la humildad y al servicio. Señor, concédeme la gracia de mirar el mundo con los ojos de un niño, confiado y abierto a tu amor. Que pueda reconocerme pequeño ante ti y aprender a alegrarme en la sencillez del Evangelio. María, Madre humilde, acompáñame en este camino de conversión para asemejarme más a tu Hijo. Amén.
“En aquel momento se acercaron los discípulos a Jesús diciendo: ‘¿Quién es el más grande en el Reino de los Cielos?’ Él llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: ‘Os aseguro que si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos. Así pues, el que se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el Reino de los Cielos. Y el que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe’. Mirad que no despreciéis a uno de estos pequeños; porque os digo que sus ángeles ven de continuo en los cielos el rostro de mi Padre que está en los cielos. ¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en los montes para ir a buscar la perdida? Y si la encuentra, en verdad os digo que se alegra más por ella que por las noventa y nueve que no se extraviaron. Así también, vuestro Padre celestial no quiere que se pierda ni uno solo de estos pequeños.”
En este pasaje, Jesús responde a la ambición de los discípulos proponiendo la humildad infantil como condición para entrar en el Reino. En la cultura judía, los niños eran considerados sin importancia social, dependientes y vulnerables. Jesús los presenta como modelo de apertura confiada al Padre. El texto se ubica en un discurso eclesial sobre la vida comunitaria, destacando la dignidad de los pequeños y la misión de cuidar a cada miembro, especialmente los que se pierden. La parábola de la oveja perdida revela el corazón del Padre: una alegría desbordante por la recuperación del más frágil y alejado. Hoy Jesús te invita a soltar las cargas de pretensiones y comparaciones que muchas veces llenan tu corazón. Tú, que buscas reconocimiento o temes ser ignorado, escucha su voz: la verdadera grandeza está en confiar y depender de Dios como un niño. ¿En qué área de tu vida necesitas especialmente esta Palabra? Tal vez en tu familia, donde quieres imponer tu criterio; o en tu trabajo, donde sientes la presión de demostrar valor. Jesús te llama a volver a la sencillez, a la pureza de la fe que cree sin condiciones. También te recuerda que no puedes despreciar a los pequeños, a los frágiles y olvidados: tu Padre los cuida con ternura infinita. Así como la oveja perdida es buscada con alegría, también tú eres encontrado una y otra vez cuando te extravías. Hoy puedes crecer en humildad aprendiendo a recibir la gracia, sin querer ganar méritos. Jesús te pide confiar más, dejarte cargar por Él en tus momentos de debilidad, y aprender a cuidar a quienes parecen insignificantes. La verdadera fortaleza nace cuando reconoces tu pequeñez ante Dios y permites que Él sea tu todo. En esa entrega sencilla, encuentras paz y la auténtica alegría del Reino.
Jesús, cuando leo esto me doy cuenta de que tantas veces busco ser el primero, ser admirado y reconocido… A veces me cuesta aceptar mi pequeñez y depender de tu amor… Te agradezco porque me recuerdas que la verdadera grandeza está en confiar y abrir el corazón como un niño… Gracias porque cuando me pierdo, no me abandonas, sino que vienes a buscarme con alegría… Te pido que me concedas la gracia de la humildad y de la confianza total en tu cuidado… Enséñame a recibir a los pequeños de mi vida, a valorar a los frágiles y a quienes son ignorados por la sociedad… Te ofrezco mi deseo de control y mis ansias de sobresalir, para vivir libre en tu amor y aprender a servir como tú lo hiciste…
Imagínate entre los discípulos… ves a Jesús llamar a un niño, ponerlo en medio y abrazarlo… escucha sus palabras sobre la verdadera grandeza… siente cómo su mirada se posa sobre ti, llena de ternura… percibe en tu corazón la libertad de dejar de aparentar y simplemente confiar… Jesús te toma de la mano como a ese niño… deja que su amor descanse tu alma… no necesitas palabras… solo recibe la paz de saborear que eres amado por el Padre y que tu lugar está seguro en su Reino.
Hoy realizaré un gesto personal de humildad: reconoceré mis límites y pediré ayuda a alguien en lugar de intentar hacerlo todo solo. En mi familia, buscaré valorar y escuchar más a los niños o a quienes suelen ser ignorados, aprendiendo de su sencillez. En mi comunidad, me acercaré a alguien que parece estar “perdido” o apartado, ofreciéndole apoyo y compañía. Al terminar el día, me preguntaré: “¿Hoy fui capaz de alegrarme por el bien de los pequeños y confiar más en Dios, o seguí aferrado a mi orgullo y necesidad de controlar todo?”.
Por la Iglesia y sus pastores, para que vivan la humildad y cuiden a los más pequeños. Por el mundo y sus gobernantes, para que protejan a los niños y vulnerables. Por quienes sufren el abandono y la soledad, para que experimenten el abrazo del Buen Pastor. Por nuestra comunidad local, para que viva la alegría de servir y acoger a los pequeños. Para que aprendamos a confiar y volvernos sencillos como niños en el Reino de Dios.
Gracias, Señor, porque me invitas a vivir en humildad y confianza como un niño. Confiado en tu amor, rezamos el Padrenuestro, entregando nuestras vidas y nuestras ansias de grandeza en tus manos. María, Madre de la sencillez y del silencio fecundo, hoy me consagro a tu cuidado maternal: enséñame a ser pequeño, a reconocerme amado sin necesidad de aparentar ni buscar reconocimiento. Bajo tu guía, quiero aprender a servir a los pequeños y vivir en la alegría del Evangelio. Con fe y gratitud, rezamos el Avemaría, pidiendo tu intercesión en cada paso de este camino de humildad. Amén.
1. CONTEXTO HISTÓRICO-LITERARIO: El texto se desarrolla mientras Jesús enseña a sus discípulos sobre la vida comunitaria. En el contexto judío, los niños no tenían relevancia social ni derechos, por lo que colocarlos como modelo de grandeza era un acto revolucionario. El pasaje forma parte del “discurso eclesial” en Mateo, dirigido a una comunidad cristiana en formación que debía aprender a vivir la fraternidad, el cuidado de los más débiles y la vigilancia contra el escándalo. 2. EXÉGESIS LINGÜÍSTICA Y SIMBÓLICA: “Hacerse como niños” (gr. paidia) significa adoptar una actitud de confianza, dependencia y sencillez. “Recibir a un niño” implica acoger a quienes carecen de prestigio, reconociendo en ellos a Cristo mismo. La parábola de la oveja perdida resalta el valor de cada persona ante Dios: la alegría del Padre no es por la multitud segura, sino por el pequeño que regresa. El texto muestra una estructura que une instrucción ética y parábola pastoral, revelando la compasión divina. Conexiones bíblicas: Salmo 23 (Buen Pastor), Isaías 40,11 (Dios cuida a sus ovejas), Lucas 15 (parábolas de la misericordia). 3. INTERPRETACIÓN PATRÍSTICA Y MAGISTERIAL: San Juan Crisóstomo enseña que hacerse niño significa renunciar a la arrogancia y al deseo de poder, abrazando la humildad que abre las puertas del Reino. San Agustín subraya que Dios se alegra más por el pecador que regresa que por los justos seguros. El Catecismo (n. 526) afirma que la entrada al Reino exige hacerse pequeño, como el Hijo de Dios que se anonadó en la Encarnación. El Papa Francisco, en “Gaudete et Exsultate”, insiste en que la santidad se vive en la sencillez y en el cuidado de los débiles. 4. APLICACIÓN PASTORAL CONTEMPORÁNEA: Hoy, en un mundo competitivo y obsesionado con el éxito, este texto invita a redescubrir la libertad de la humildad. La espiritualidad cristiana auténtica se vive en la sencillez del servicio y en la alegría de los pequeños gestos de amor. La comunidad está llamada a proteger a los vulnerables: niños abandonados, marginados sociales, quienes se sienten invisibles. Esta Palabra interpela también a familias y educadores a guiar a los pequeños en la fe. Preguntas: ¿Qué aspecto de este texto me resulta más desafiante? ¿Cómo puedo vivir hoy esta Palabra en mi realidad concreta? ¿Qué me enseña sobre el corazón de Dios?