📅 18/09/2025
Lucas 7, 36-50
Jesús mira a una mujer pecadora y perdona sus pecados; que en nuestras culpas y juicios ajenos, Él está ofreciendo misericordia y un nuevo comienzo. Si sientes vergüenza, culpa o miedo al qué dirán, este momento de oración es un abrazo que restaura tu dignidad y te devuelve la paz.
Antes de abrir la Escritura, endereza suavemente tu espalda, relaja hombros y respira tres veces profundo… Dios está aquí, presente y cercano, más íntimo que tus pensamientos. No hay prisa ni exigencias: sólo disponibilidad confiada. Permite que tus sentidos se aquieten, que la mente se enfoque y que el corazón se ablande. Ven como estás, con luces y sombras; el Señor te mira con ternura. Pídele entrar en tu casa interior y cenar contigo hoy.
Una pecadora llora a los pies de Jesús: amor valiente rompe juicios, nace el perdón y la paz.
Yo soy la Misericordia que te busca… no temas acercarte con tus lágrimas; en mi Corazón tus deudas se disuelven y tu paz renace.
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Padre amado, vengo con mi historia real: errores, miedos y deseos de empezar de nuevo. Jesús, Tú me conoces y me miras con cariño; en tu presencia cae la máscara y nace la verdad. Espíritu Santo, ven a mi interior, enciende deseo sincero de conversión y confianza humilde para dejarme perdonar. Hoy te pido, Señor, la gracia de amar mucho porque he sido amado primero. María, Madre cercana, enséñame a acercarme a Jesús con valentía y ternura, a derramar mi perfume y mis lágrimas sin miedo, y a escuchar su palabra de paz. Amén.
Lucas 7, 36-50 Uno de los fariseos le invitó a comer con él. Entró en casa del fariseo y se recostó a la mesa. Había en la ciudad una mujer pecadora pública. Al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, trajo un frasco de alabastro con perfume, y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, comenzó a regarle los pies con lágrimas, y los enjugaba con los cabellos de su cabeza, los besaba y los ungía con el perfume. Al verlo el fariseo que le había invitado, se dijo para sí: «Si este fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que le está tocando, pues es una pecadora.» Jesús respondió y le dijo: «Simón, tengo algo que decirte.» Él dijo: «Dímelo, maestro.» «Un acreedor tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían para pagarle, perdonó a ambos. ¿Quién de ellos le amará más?» Respondió Simón: «Supongo que aquel a quien perdonó más.» Le dijo: «Has juzgado bien.» Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa, y no me diste agua para los pies; ella, en cambio, ha regado mis pies con sus lágrimas y los ha enjugado con sus cabellos. Tú no me diste el beso; ella, desde que entré, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con aceite; ella ha ungido mis pies con perfume. Por eso te digo: le son perdonados sus muchos pecados, porque ha amado mucho. Pero al que poco se le perdona, poco ama.» Y le dijo a ella: «Tus pecados quedan perdonados.» Los convidados comenzaron a decir entre ellos: «¿Quién es este que hasta perdona los pecados?» Pero él dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado. Vete en paz.»
Lucas narra la cena en casa de Simón fariseo, donde una mujer conocida como pecadora unge los pies de Jesús con perfume, lágrimas y besos. El género es relato de encuentro con dicho parabólico: Jesús cuenta dos deudores, perdonados en distinta medida, para revelar que quien más es perdonado, más ama. “Pecadora” señala reputación social, no reduce su persona. El gesto de unción expresa honor y entrega. Simón juzga; Jesús discierne el corazón. Conexiones: 1 Samuel 16 (la mirada de Dios), Oseas 6,6 (misericordia), y Lucas 15 (pecadores acogidos). Concluye: “Tu fe te ha salvado; vete en paz”. de verdad. Este evangelio te invita a poner tu nombre en la escena. Tal vez te identificas con la mujer que trae su vergüenza y su perfume, o con Simón que observa y juzga en silencio. Tú conoces tus deudas y defensas. Hoy Jesús te mira con verdad y ternura, y te pregunta por tu amor. No te pide apariencia perfecta, te pide un corazón que se deje tocar. ¿En qué área de tu vida necesitas especialmente esta Palabra? Puede ser una relación herida, una culpa antigua, o el cansancio de seguir intentando. Trae eso a sus pies. Si eres padre o madre, aprende a mirar como Jesús: más allá del error, al deseo de amar. Si eres joven, no te etiquetes: tu historia no te define, su perdón sí. Si estás viudo, enfermo o solo, permite que la paz prometida te sostenga. En el trabajo, opta por la misericordia antes que por el juicio. Hoy decide un gesto concreto: pide perdón, ofrece reparación, o rompe un círculo de crítica. Jesús ya pronunció sobre ti una palabra capaz de inaugurar caminos: “Tu fe te ha salvado; vete en paz”. Acepta caminar ligero: amado, perdonado y libre. Con su gracia, empieza de nuevo.
Señor Jesús, aquí estoy ante Ti con mi verdad desnuda. A veces me cuesta creer que tu misericordia sea más grande que mis caídas y mis defensas. Gracias porque me miras sin reproches y me invitas a acercarme con mis lágrimas y mi perfume, como quien trae lo mejor y lo peor de sí. Te pido un corazón humilde para dejarme perdonar y amar, y la valentía de pedir perdón donde he herido. Enséñame a ver a los demás como Tú los ves, más allá de sus etiquetas, con compasión activa. Te ofrezco hoy mis juicios, mis resistencias y mis recuerdos dolorosos: tómalo todo y hazlo nuevo en tu amor. Que tu palabra resuene en mí: “Tu fe te ha salvado; vete en paz”, y que esa paz transforme mis relaciones y mi historia. Acompáñame en las conversaciones difíciles, en la lucha contra el ego y en la perseverancia del bien pequeño. Dame sabiduría para reparar con hechos y gratitud para reconocer tus dones cotidianos. Que todo mi ser, mente y afectos, te pertenezcan.
Imagínate en el comedor de Simón: hay murmullos, olores a pan y aceite; el suelo frío. Entra la mujer, temblando. Ve a Jesús reclinado; sus lágrimas caen, el perfume se esparce. Escucha el silencio tenso y, de pronto, la voz clara del Maestro contando una breve parábola. Míralo volverse hacia ti con una sonrisa que desarma tus temores. Siente la libertad al acercarte y tocar sus pies con respeto. Deja que su perdón atraviese tus defensas y te devuelva dignidad. No necesitas justificarte: quédate, respira, descansa. Recibe su paz como un manto suave sobre tu alma. Permanece amado, profundamente libre.
Gesto personal: Hoy escribiré, en una nota breve, aquello que necesito presentar a Jesús (culpa, miedo, juicio) y, después de orarlo, la romperé como signo de entrega confiada. Actitud familiar: Practicaré una palabra de aprecio sincero a cada miembro de mi casa, especialmente a quien me cuesta, evitando la crítica automática. Intención comunitaria: Me acercaré a alguien que esté etiquetado o apartado en mi entorno (parroquia, trabajo, escuela) y le ofreceré escucha respetuosa y un gesto concreto de apoyo. Examen nocturno: ¿Amé hoy más que ayer? ¿Elegí misericordia antes que juicio? ¿Busqué reparar donde herí? ¿Permití que la paz de Cristo reposara en mis emociones y decisiones? Si fallé, mañana volveré a empezar sostenido por su perdón.
Por la Iglesia y sus pastores: que acompañen con misericordia a quienes buscan reconciliación. Por el mundo y sus gobernantes: que promuevan justicia con rostro humano y compasivo. Por quienes sufren culpa, enfermedad o soledad: que encuentren en Cristo perdón, consuelo y paz. Por nuestra comunidad: que sea hogar para heridos y cansados, escuela de amor concreto. Por nosotros: que aprendamos a amar mucho, porque hemos sido mucho perdonados.
Gracias, Jesús misericordioso, por mirarme con amor en mi fragilidad y por decirme palabras de paz. Juntos rezamos el Padrenuestro, confiando en tu voluntad que sana y conduce. Madre María, te consagro mi corazón y mi historia: enséñame a amar mucho, a perseverar en el bien y a no temer las lágrimas que purifican. Bajo tu amparo pongo a mi familia y a quienes me han herido o he herido. Rezamos un Avemaría, pidiéndote que nos lleves siempre a Jesús, fuente de perdón y de vida nueva. Amén. Que tu intercesión me obtenga docilidad al Espíritu, fidelidad en lo pequeño y alegría para servir cada día con humildad agradecida.
El episodio de Lucas 7, 36-50 ocurre en Galilea, en un ambiente doméstico donde se practicaban banquetes con códigos de honor y hospitalidad. Jesús es invitado por un fariseo llamado Simón; la escena revela las tensiones de su ministerio: cercanía con pecadores y confrontación con juicios religiosos. El género literario combina relato de encuentro con una breve parábola inserta (los dos deudores), recurso típico de Lucas para iluminar el sentido teológico del gesto. Dentro del evangelio, la perícopa anticipa el gran tema lucano de la misericordia que culminará en Lucas 15 y prepara el ministerio itinerante de 8,1-3. La tradición atribuye el evangelio a Lucas, compañero de Pablo, que escribe para comunidades mayormente gentiles, subrayando el universalismo de la gracia. Lingüísticamente, destacan términos como “pecadora” (hamartōlos, señalado en femenino), que refleja una identidad social estigmatizada; “amor” (agapē) y “paz” (eirēnē), palabras programáticas en Lucas. El perfume caro evoca honor y entrega; las lágrimas y los besos expresan penitencia y afecto. La estructura alterna acciones (entrada de la mujer, gestos), juicios interiores (Simón) y la palabra interpretativa de Jesús, que reordena la escena según el amor y el perdón. Conexiones bíblicas: Oseas 6,6 (“misericordia quiero”), Salmo 51 (corazón contrito), Isaías 61 (ungido que trae buena noticia a los pobres) y los relatos de acogida a pecadores en Lucas. Los Padres leyeron aquí la pedagogía de la gracia. San Gregorio Magno subraya que “el amor borra la multitud de los pecados” en quien se deja tocar por la misericordia. San Ambrosio destaca la hospitalidad interior: lo que Simón negó con agua y beso, la mujer ofreció desde el corazón. El Magisterio, desde Dives in Misericordia hasta Misericordiae Vultus, presenta a Cristo como rostro de la misericordia que restaura la dignidad. La liturgia usa este pasaje para mostrar la dinámica penitencial que conduce a la paz sacramental. Pastoralmente, el texto ilumina heridas contemporáneas: culpa persistente, cultura del etiquetado, cancelación social y juicios rápidos. Para matrimonios y familias, enseña a priorizar gestos de amor concreto sobre la fría corrección. Para jóvenes, ofrece esperanza frente a identidades encasilladas: el pasado no es sentencia. Para personas en duelo, enfermedad o soledad, promete una paz que nace de saberse mirados y perdonados. En comunidades, invita a crear espacios donde el arrepentimiento sincero encuentre acogida y reparación. Desafío actual: pasar del moralismo a la medicina del alma, del juicio a la misericordia que transforma. La última palabra de Jesús —“Tu fe te ha salvado; vete en paz”— no es sólo absolución; es misión a vivir reconciliados, haciendo de la vida un perfume ofrecido.