📅 22/09/2025
Lucas 8, 16-18
Jesús ilumina con su lámpara encendida que en nuestras oscuridades cotidianas, Él está presente como luz fiel. Si sientes cansancio o confusión en tu camino, este momento de oración es un espacio donde su Palabra disipa sombras y enciende esperanza, invitándote a confiar y a dejarte guiar con serenidad.
Antes de iniciar esta oración, toma un respiro profundo y coloca ambas manos sobre tu pecho, sintiendo el latido que Dios sostiene. Él está aquí, presente y vivo, acompañándote con ternura infinita. No necesitas demostrar nada ni aparentar fuerza: puedes venir como eres, con tus dudas, anhelos y heridas. Permite que el silencio sereno de este instante te abra a la escucha interior. Ven con tu mente, tus sentidos y tu corazón dispuestos a recibir su Palabra transformadora.
Jesús revela que su luz no se esconde, invita a escuchar con atención y dejarse transformar por su claridad eterna.
"Yo soy la Luz que no se oculta… Te busco en tus sombras para llenarlas de claridad… confía, nunca caminarás solo."
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, vengo ante Ti, Dios amado, reconociendo mi fragilidad y necesidad. Tú sabes cuánto necesito tu luz para orientar mis pasos y sostener mi corazón. Padre, dame la gracia de escuchar tu Palabra con atención verdadera; Jesús, ayúdame a descubrir tu presencia en medio de mis sombras; Espíritu Santo, inflama mi interior con claridad y discernimiento. Madre María, Virgen fiel, acompáñame en esta oración como maestra de escucha y receptividad, enséñame a guardar y meditar como tú cada palabra en mi corazón, para que esta Lectio se convierta en encuentro vivo con tu Hijo, el único camino seguro. Amén.
Lucas 8, 16-18 (Biblia de Jerusalén) «Nadie que enciende una lámpara la cubre con una vasija o la pone debajo de la cama, sino que la pone sobre un candelero, para que los que entren vean la luz. Porque no hay nada oculto que no quede manifiesto, ni nada secreto que no venga a ser conocido y a ser manifiesto. Mirad, pues, cómo escucháis; porque al que tenga, se le dará; y al que no tenga, aun lo que se le cree tener se le quitará».
Este pasaje pertenece a la sección de enseñanzas de Jesús en Lucas, donde subraya la importancia de escuchar la Palabra. La imagen de la lámpara es común en la cultura bíblica como símbolo de revelación y claridad. Jesús recalca que su mensaje no está destinado a ocultarse, sino a iluminar. El género literario es sapiencial, propio de proverbios que invitan al discernimiento. Además, vincula la escucha activa con la fecundidad espiritual: quien acoge la Palabra crece, quien la descuida la pierde. La exhortación “mirad cómo escucháis” resalta la responsabilidad personal en el discipulado. Tú también eres portador de una lámpara: tu fe, tu historia, tu encuentro con Jesús. El Señor te recuerda hoy que no puedes esconder la luz que Él ha encendido en tu interior. Quizás sientas miedo de compartir lo que crees, temor al rechazo o a parecer diferente. Pero este Evangelio te invita a dejar que tu vida hable, que tu fe ilumine, que tu amor transforme. ¿En qué área de tu vida necesitas especialmente esta Palabra? Quizás en tu familia, donde a veces callas lo que crees por evitar conflictos; o en tu trabajo, donde tu luz puede ser signo de esperanza en medio de tensiones. Pregúntate: ¿qué miedos o esperanzas toca en ti este mensaje? El Señor te llama a crecer en valentía, a creer que su luz no se apaga por las dificultades. Escuchar con atención significa también dejar que la Palabra transforme tus decisiones concretas, tu manera de tratar a los demás, tu capacidad de servir. Dios te dice hoy: no escondas lo que he puesto en ti, porque el mundo necesita tu testimonio sencillo y verdadero.
Señor Jesús, hoy reconozco que muchas veces escondo la luz que me has dado. A veces me cuesta hablar de ti con libertad, porque temo no ser comprendido. Sin embargo, sé que tu Palabra es la lámpara que guía mis pasos. Te agradezco porque me recuerdas que no estoy solo y que tu presencia me sostiene. Gracias porque en mi fragilidad puedo ser testigo de tu amor. Te pido, Señor, que me des la gracia de escuchar con atención cada día tu voz, de no dejar que mis distracciones apaguen tu luz en mí. Ayúdame a vivir con coherencia en mi familia, a sembrar esperanza en mi comunidad, a actuar con amor en mi trabajo. Te ofrezco mi vida, con sus aciertos y debilidades, como lámpara que tú enciendes y sostienes. Hazme discípulo valiente, que no oculte tu verdad, sino que la comparta con sencillez y alegría.
Imagínate en una habitación oscura… Jesús entra y coloca una lámpara en alto… ves cómo la claridad ilumina cada rincón… escucha su voz suave que dice: “No escondas la luz que he puesto en ti”… siente el calor de esa llama que acaricia tu corazón y te llena de paz… deja que su luz disipe tus miedos y revele tus tesoros ocultos… no necesitas hablar… solo acoge su amor que te envuelve… permanece en silencio recibiendo su luz eterna… ella te basta, ella te transforma, ella te sostiene con ternura.
Hoy asumiré un gesto personal concreto: encenderé una vela en mi casa al final del día, recordando que soy luz en Cristo. En mi familia, procuraré cultivar un ambiente de diálogo sincero y palabras que edifiquen, evitando ocultar lo que siento o pienso con miedo. Como actitud comunitaria, me propongo animar a alguien que esté apagado o sin esperanza, compartiéndole una palabra de aliento o una oración personal. Y en mi examen nocturno me preguntaré: ¿he dejado que mi luz brille en mis palabras y gestos? ¿He ocultado mi fe por temor o comodidad? ¿He permitido que la Palabra oriente mis decisiones? Mi compromiso es vivir hoy con transparencia, para que lo que Dios ha sembrado en mí se manifieste con sencillez y fidelidad.
Por la Iglesia y sus pastores, para que sean luz visible que guíe a los fieles con verdad y amor. Por el mundo y sus gobernantes, para que trabajen con transparencia y justicia en favor de los pueblos. Por quienes sufren en silencio, para que la luz de Cristo ilumine sus noches oscuras. Por nuestra comunidad local, para que no escondamos nuestra fe y demos testimonio con alegría. Por cada uno de nosotros, para que la Palabra de hoy nos ayude a escuchar con atención y vivir con coherencia.
Señor, te agradezco porque en tu Palabra encuentro luz y vida. Hoy te ofrezco mi corazón y mi deseo de vivir en tu verdad. Rezamos juntos el Padrenuestro, pidiendo que tu Reino venga y que tu voluntad se haga en nuestras vidas. Madre María, a ti me consagro con amor filial: enséñame a guardar la Palabra en silencio y a irradiarla con humildad. Que bajo tu manto aprenda a ser fiel discípulo de tu Hijo. Rezamos un Avemaría, confiando en tu intercesión maternal para que nuestra luz nunca se apague y permanezcamos firmes en el camino de Cristo. Amén.
El contexto histórico-literario de este pasaje nos sitúa en la predicación de Jesús recogida por Lucas en la sección inicial de su ministerio en Galilea. Lucas, médico y evangelista, escribe a comunidades griegas que necesitaban comprender que el mensaje de Jesús era universal y luminoso. El género sapiencial, con su tono proverbial, ofrece enseñanzas breves y contundentes que apelan a la responsabilidad moral. La imagen de la lámpara, recurrente en la tradición bíblica, conecta con textos como Proverbios 6,23 o Salmo 119,105, donde la luz simboliza guía y revelación. La exégesis lingüística muestra que la palabra griega “λύχνος” (lámpara) implica una fuente pequeña de luz en medio de la oscuridad. La frase “mirad cómo escucháis” usa el verbo griego “ἀκούω” no solo en sentido auditivo, sino en clave existencial: escuchar es acoger, obedecer, dejarse transformar. El contraste entre tener y no tener remite a la dinámica espiritual de fecundidad: lo que se recibe de Dios debe compartirse, de lo contrario se pierde. La tradición patrística interpreta este texto como una advertencia a los cristianos para no esconder su fe. San Ambrosio veía en la lámpara la enseñanza de Cristo que debe ponerse en lo alto de la vida para iluminar a todos. San Agustín explicaba que lo oculto se hará manifiesto, indicando que la verdad de Dios siempre triunfa sobre la mentira y la hipocresía. El Magisterio de la Iglesia, en la exhortación Verbum Domini de Benedicto XVI, subraya la responsabilidad del cristiano de escuchar con atención, pues la Palabra no es un adorno sino semilla que da fruto. En aplicación pastoral, este texto ilumina situaciones actuales de tibieza espiritual, miedo a dar testimonio público o tentación de privatizar la fe. Muchos bautizados viven como si su fe fuera asunto privado, sin comprender que la lámpara está hecha para brillar. Para los jóvenes, significa valentía en compartir sus convicciones en un mundo relativista; para las familias, la invitación es a encender la fe en el hogar; para los ancianos, el llamado es a ser memoria viva de la luz recibida. En tiempos de oscuridad cultural, marcada por desinformación, violencia y desesperanza, el Evangelio pide cristianos que vivan con transparencia, escuchando con atención y compartiendo con generosidad la luz de Cristo.