📅 13/07/2025
Lucas 10, 25-37
Hoy, Jesús nos confronta con una pregunta que atraviesa el alma: ¿a quién amas como prójimo? En un mundo marcado por el individualismo y la prisa, este Evangelio es una llamada a la compasión activa. Si te sientes dividido entre tus responsabilidades y el deseo de servir, esta Palabra es para ti.
Antes de comenzar, cierra los ojos… respira profundo… pon tu mano en el pecho. Siente tu corazón latiendo: es Dios quien te da la vida. No necesitas tenerlo todo resuelto, solo estar presente. Hoy el Señor quiere hablarte desde lo cotidiano, para que lo descubras en el rostro del otro. Relájate… abre tu alma… Dios está aquí.
Un hombre herido, dos indiferentes y un samaritano que enseña a amar.
"Yo soy el que se detiene por ti en cada herida. No paso de largo. Me inclino, te curo, te cargo. Yo soy tu prójimo eterno. También tú puedes serlo para otros, si me dejas amar en ti." — Jesús a tu alma (inspirado en Concepción Cabrera de Armida)
Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo: aquí estamos, necesitados de tu luz. Nos presentamos con nuestras heridas, nuestros cansancios y nuestras ganas de amar más. Envíanos tu Espíritu para que esta Palabra no pase de largo. Que como María, escuchemos con humildad y disponibilidad. Te lo pedimos por tu Hijo Jesús, nuestro Buen Samaritano, y por la intercesión de nuestra Madre, la Virgen María. Amén.
Lucas 10, 25-37 (Biblia de Jerusalén) 25 Y he aquí que se levantó un doctor de la Ley y, para ponerle a prueba, dijo: «Maestro, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?» 26 Él le dijo: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lees?» 27 Respondió: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo.» 28 Díjole entonces: «Has respondido correctamente. Haz eso y vivirás.» 29 Pero él, queriendo justificarse, dijo a Jesús: «¿Y quién es mi prójimo?» 30 Jesús respondió: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de unos salteadores que, después de despojarlo y golpearlo, se fueron dejándolo medio muerto. 31 Casualmente bajaba por aquel camino un sacerdote, y al verle dio un rodeo. 32 Igualmente un levita, que pasaba por aquel sitio, le vio y dio un rodeo. 33 Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al verle tuvo compasión; 34 y, acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y, montándole sobre su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y cuidó de él. 35 Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y le dijo: "Cuida de él, y lo que gastes de más te lo pagaré cuando vuelva." 36 ¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?» 37 Él dijo: «El que practicó la misericordia con él.» Jesús le dijo: «Ve y haz tú lo mismo.»
Este pasaje se sitúa en un contexto de debate legal: un maestro de la ley pregunta para justificarse, no para amar. Jesús responde con una parábola provocadora: dos figuras religiosas no ayudan al herido, pero un samaritano —enemigo cultural de los judíos— se convierte en el modelo de misericordia. La pregunta de fondo no es “¿quién es mi prójimo?”, sino “¿quién está dispuesto a ser prójimo?”. El Evangelio rompe con etiquetas y llama a una compasión sin fronteras. Preguntas guía: ¿Qué palabras de Jesús resuenan más en ti hoy? ¿Cómo veían esto los primeros cristianos? ¿Qué prejuicios o barreras rompe esta parábola en ti? Tú, que vas por la vida con prisas y ocupaciones, ¿has dejado pasar al herido del camino? El Señor no te culpa, pero te invita a despertar el amor que duele, que se ensucia, que carga al otro. Tal vez en tu hogar hay alguien que necesita tu tiempo, o un desconocido en la calle que solo espera tu mirada. Esta Palabra te dice: no se trata de hacer mucho, sino de detenerte. Preguntas de introspección: ¿A quién no estoy viendo con los ojos de Jesús? ¿Qué miedos me impiden detenerme ante el dolor del otro? ¿Qué me está pidiendo hoy Dios con este llamado al amor práctico?
Jesús… me cuesta detenerme. Vivo corriendo, con mil excusas, con miedo al dolor ajeno. Pero tú me miras con ternura y me enseñas que amar es detenerse. Te agradezco por los samaritanos que me han levantado cuando estuve caído. Hoy te pido que me hagas como ellos: sensible, generoso, valiente. Te ofrezco mis manos, mi tiempo, mis lágrimas… y también mis límites. Úsalos como tú quieras. Enséñame a amar como tú. Amén.
Imagina al hombre herido… estás allí, mirándolo. Sientes el polvo del camino, el calor, el silencio. Llega Jesús, te toma de la mano, te invita a inclinarte con Él. Observa sus ojos llenos de compasión. En silencio, déjate llenar por ese amor. No digas nada. Solo permanece. Él está contigo. Y también con el herido.
Hoy, me comprometo a ser más consciente del sufrimiento a mi alrededor. Haré una llamada a alguien que sé que necesita compañía. En casa, escucharé con atención y sin prisa a quien me hable. En comunidad, propondré una acción concreta de ayuda (alimento, tiempo, visita). Antes de dormir, me preguntaré: “¿A quién amé hoy como prójimo?”
Por la Iglesia, para que siempre sea un rostro vivo de misericordia. Por los gobernantes, que sirvan con justicia y compasión a los más vulnerables. Por quienes sufren soledad, rechazo o violencia: que encuentren un samaritano en su camino. Por nuestras comunidades, para que no pasemos de largo ante el dolor ajeno. Por nosotros, que esta Palabra nos convierta en instrumentos del amor de Dios.
Gracias, Señor, por hablar a mi corazón. Gracias por recordarme que tu amor se expresa en gestos concretos. Me consagro hoy a tu voluntad, con el deseo de ser instrumento de tu compasión. Padre nuestro… Dios te salve, María… Madre, enséñame a amar como tú.
1. CONTEXTO HISTÓRICO-LITERARIO Cuando Lucas escribió este Evangelio, hacia fines del siglo I, se dirigía a una comunidad cristiana de origen mayoritariamente gentil, dispersa en el mundo grecorromano. En ese contexto, la identidad cristiana debía definirse no por pertenencias étnicas o rituales, sino por la vivencia del amor misericordioso. Este pasaje pertenece a la sección del "camino a Jerusalén" (Lc 9,51–19,27), donde Jesús forma a sus discípulos sobre el verdadero seguimiento. El género es parabólico, muy típico de Jesús: una historia sencilla cargada de sentido espiritual y ético. La parábola es provocada por una pregunta capciosa de un doctor de la Ley, pero Jesús la convierte en una enseñanza revolucionaria sobre el amor sin fronteras. 2. EXÉGESIS LINGÜÍSTICA Y SIMBÓLICA El término griego para “prójimo” (plēsíon) no define proximidad geográfica o étnica, sino actitud compasiva. La expresión “tuvo compasión” traduce esplagchnísthē (v.33), que indica un estremecimiento profundo, visceral, ante el sufrimiento. Los personajes tienen peso simbólico: el sacerdote y el levita representan una religiosidad vacía de caridad; el samaritano, despreciado por los judíos, se convierte en figura del verdadero cumplimiento de la Ley. El camino de Jerusalén a Jericó, peligroso y solitario, simboliza la fragilidad de la vida humana. Jesús revierte la pregunta del doctor de la Ley: no se trata de “¿quién es mi prójimo?”, sino “¿de quién me hago prójimo?”. El amor, así, se vuelve activo, gratuito y universal. 3. INTERPRETACIÓN PATRÍSTICA Y MAGISTERIAL San Agustín ve en el samaritano una figura de Cristo, quien se abaja hasta el herido por el pecado, lo sana con vino (símbolo de la sangre) y aceite (Espíritu Santo), y lo confía a la posada (la Iglesia) para su cuidado (Quaest. Evangeliorum, II,19). San Ambrosio resalta que el sacerdote y el levita muestran una Ley sin amor, incapaz de salvar. El Magisterio ha citado este pasaje con frecuencia en relación con la caridad social (cf. Deus Caritas Est 15), y el Papa Francisco lo ha colocado en el corazón de Fratelli Tutti (n. 56-86), como paradigma de una fraternidad abierta, donde toda vida herida nos interpela. La liturgia lo propone en el domingo XV del Tiempo Ordinario (Ciclo C), invitando a renovar la entrega concreta al otro. 4. APLICACIÓN PASTORAL CONTEMPORÁNEa Hoy, muchas personas caminan “de Jerusalén a Jericó”: víctimas del abandono, migrantes, pobres, personas heridas en su dignidad. Esta parábola confronta una fe individualista que “pasa de largo” ante el dolor ajeno. Nos interpela como Iglesia: ¿somos posada segura para los heridos del mundo? En la familia, ¿vemos el dolor de quien está cerca? Jóvenes que buscan sentido, adultos sumidos en el trabajo, ancianos en soledad, todos pueden descubrir en este texto una llamada concreta: ser prójimo no se trata de sentir, sino de actuar. La caridad es la única ley definitiva. Cristo nos llama a encarnarla con gestos visibles. A veces, basta detenerse, mirar y tocar. Preguntas para la reflexión: ¿A quién me cuesta reconocer hoy como prójimo? ¿Cómo me invita esta parábola a pasar de la compasión sentida a la acción concreta? ¿Qué me enseña sobre el corazón de Dios, que se inclina ante cada herida humana? ⚡ Nota final Lucas 10, 25-37 no es solo una historia moral: es una invitación a vivir como Cristo vive. Ser cristiano no consiste en saber quién es mi prójimo, sino en convertirme yo mismo en prójimo para el mundo. Dios no pasa de largo. Se detiene, se acerca, y sana. Así debe ser la Iglesia, así debe ser tu corazón.