📅 19/09/2025
Lucas 8, 1-3
Jesús recorre pueblos anunciando la Buena Noticia y mostrando que en la vida diaria, Él está presente en los pequeños gestos. Si sientes soledad o el peso de la rutina, este momento de oración es un recordatorio de que tu historia tiene valor y que Dios no olvida tu entrega cotidiana.
Antes de comenzar, siéntate con la espalda recta y respira lentamente tres veces… cada inhalación te recuerda que la vida viene de Dios. Él está aquí, cercano como un Padre que escucha, un Hijo que acompaña y un Espíritu que consuela. No necesitas aparentar nada: ven tal como eres, con tus pensamientos, emociones y cansancios. Relaja los hombros, abre las manos como signo de disponibilidad y di en tu interior: “Señor, aquí estoy para escucharte y dejarme transformar por tu Palabra”.
Jesús, acompañado de mujeres fieles, nos revela que su amor acoge y dignifica a quienes se ponen a su servicio.
Yo soy tu Compañero en el camino… no estás solo cuando sirves en silencio, yo sostengo tu entrega y te doy paz.
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amado Padre, vengo a ti reconociendo mi pequeñez y mi necesidad de tu gracia. Hijo amado, Jesús, me acerco para aprender de tu modo de amar, que dignifica a los olvidados y da sentido a cada vida. Espíritu Santo, inspírame para comprender esta Palabra con el corazón abierto y disponible. Te pido que en este encuentro pueda descubrir cómo seguirte más de cerca, incluso en los gestos pequeños de mi jornada. Virgen María, Madre fiel que acompañaste a tu Hijo en cada paso, enséñame a escuchar con docilidad y a responder con amor generoso. Amén.
“Y sucedió que a continuación iba caminando por ciudades y aldeas, predicando y anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios; le acompañaban los Doce, y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malos y de enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Cusa, intendente de Herodes, Susana y otras muchas que les servían con sus bienes.”
Este pasaje pertenece a la sección lucana donde se muestra la misión itinerante de Jesús. El género narrativo subraya su proclamación constante: el Reino de Dios. Llama la atención la mención explícita de mujeres discípulas, algo innovador en la cultura judía de la época. Nombres como María Magdalena, Juana y Susana resaltan la universalidad del seguimiento. “Servir con sus bienes” implica compromiso concreto, no solo simpatía. Lucas destaca que el discipulado incluye hombres y mujeres unidos en una misión común. Así, la comunidad cristiana primitiva aprende que todo servicio y aporte son parte esencial del Evangelio. Tú también formas parte de esta escena: Jesús sigue caminando por pueblos y ciudades, y te invita a acompañarlo. No importa si tu servicio parece pequeño o invisible; en el Reino de Dios cada gesto cuenta. Tal vez tú sostienes a tu familia con tu trabajo, o ayudas silenciosamente en tu comunidad. Como aquellas mujeres, tu entrega es reconocida por Cristo y se convierte en Buena Noticia. ¿En qué área de tu vida necesitas especialmente esta Palabra? Quizás en tu servicio cotidiano, donde a veces sientes cansancio y poca gratitud. Este texto te recuerda que Jesús ve lo que haces con amor y lo valora. ¿Qué miedos o esperanzas toca en ti este mensaje? Puede que temas no ser suficiente o dudes de tu lugar en la misión de Dios. El Evangelio te asegura que no estás en segundo plano: tu historia tiene dignidad y propósito. ¿Cómo te está llamando Dios a crecer a través de este pasaje? Te invita a servir con generosidad, a reconocer el valor de tus recursos y talentos y a ofrecerlos con libertad. Hoy, tu vida puede ser ofrenda viva que sostiene la misión de Cristo en el mundo.
Señor Jesús, me acerco a ti con un corazón agradecido y necesitado. Reconozco que muchas veces me cuesta valorar mi servicio y pienso que es poco lo que hago. A veces me vence el cansancio, otras me frustra la falta de reconocimiento. Sin embargo, hoy tu Palabra me recuerda que Tú ves todo y que nada queda oculto a tu mirada amorosa. Gracias por mostrarme, en María Magdalena, Juana y Susana, que cada gesto y cada recurso puesto a tu disposición tiene un valor eterno. Te pido, Señor, que renueves mis fuerzas para servir con alegría, sin esperar recompensas humanas. Ayúdame a ser generoso en lo cotidiano: en mi familia, en mi trabajo, en mi comunidad. Quiero que mi vida sea una respuesta confiada a tu amor. Te ofrezco mis manos, mis palabras y mis silencios para que se conviertan en instrumentos de tu Reino. Enséñame a reconocer tu presencia en lo pequeño y a confiar siempre en tu Providencia. Amén.
Imagínate en el camino, acompañando a Jesús mientras anuncia la Buena Noticia. Observa sus pasos firmes, escucha su voz llena de esperanza y siente la brisa del camino. Miras a tu alrededor y ves a los discípulos y a las mujeres sirviendo con alegría. Jesús se detiene, te mira con ternura y sonríe. Percibes que valora tu presencia, que tu vida tiene un lugar en su misión. Deja que su mirada atraviese tus dudas y encienda tu confianza. No necesitas hablar, solo recibir el regalo de su amor que te envuelve como un abrazo eterno.
Hoy quiero asumir un gesto concreto: apartar un tiempo breve para agradecer a alguien cercano por su servicio silencioso. En mi familia, procuraré cultivar una actitud de reconocimiento y ternura hacia los pequeños detalles de cada día. A nivel comunitario, me comprometo a apoyar, aunque sea con un pequeño recurso o tiempo, alguna iniciativa que construya esperanza en los demás. Y en mi examen nocturno me preguntaré: ¿he servido hoy con alegría, consciente de que cada acción puede ser ofrenda para el Reino? Este compromiso sencillo me ayudará a vivir como aquellas mujeres discípulas, uniendo mi vida a la misión de Jesús con amor perseverante y generoso.
Por la Iglesia y sus pastores, para que reconozcan y valoren los diversos carismas en la misión. Por el mundo y sus gobernantes, para que promuevan la dignidad de todas las personas. Por quienes sufren la invisibilidad y el desánimo, que encuentren consuelo en Cristo. Por nuestra comunidad local, para que aprendamos a servirnos con amor mutuo. Por todas las mujeres y hombres que sostienen silenciosamente la misión de la Iglesia.
Señor, gracias por recordarme hoy que mi servicio tiene valor ante Ti. Agradezco los dones que me has dado y la oportunidad de ponerlos al servicio de los demás. Juntos rezamos el Padre Nuestro, pidiendo que tu voluntad se haga en nuestras vidas. Madre María, me consagro a ti con confianza filial: enséñame a vivir con humildad y generosidad, como lo hiciste tú. Intercede por mí para que mis acciones sean reflejo del amor de tu Hijo. Con ternura filial, te saludo con un Ave María, confiando en tu protección maternal y en tu guía en este camino de discipulado.
El pasaje de Lucas 8, 1-3 nos sitúa en el inicio del ministerio itinerante de Jesús, después de anunciar su misión en Nazaret. El contexto histórico muestra a un pueblo marcado por estructuras patriarcales y roles sociales definidos, donde la participación de mujeres en espacios públicos era limitada. Lucas, con un estilo narrativo característico, incluye un detalle único: la mención de mujeres como discípulas activas, algo poco común en la literatura de la época. Este género narrativo breve, casi una nota de transición, adquiere gran fuerza teológica al revelar la universalidad del seguimiento de Jesús. Desde el punto de vista lingüístico, destacan términos como “servir con sus bienes” (diakonoun autōn en griego), que no solo indica ayuda material, sino participación activa en la misión. La palabra conecta con el concepto de diaconía, núcleo de la vida cristiana, y anticipa la futura misión de la Iglesia. Además, los nombres propios —María Magdalena, Juana y Susana— no son anécdota, sino símbolos de la inclusión y la dignidad restaurada. María Magdalena, liberada de siete demonios, representa la transformación radical de la vida por el encuentro con Cristo. La tradición patrística valoró este pasaje como testimonio de la igualdad fundamental en Cristo. San Ambrosio subrayaba que estas mujeres enseñan a los discípulos el valor del servicio silencioso y constante. San Juan Crisóstomo, por su parte, veía en ellas el ejemplo de que la gracia no hace acepción de personas, pues hombres y mujeres son igualmente llamados al discipulado. El Magisterio, en documentos como Mulieris Dignitatem de San Juan Pablo II, retomó esta enseñanza afirmando la plena dignidad de la mujer en la Iglesia y su participación esencial en la misión. Desde la liturgia, este texto ilumina la memoria de tantas mujeres que han sostenido la vida de la Iglesia a lo largo de la historia: madres, catequistas, religiosas, laicas comprometidas. El Concilio Vaticano II, en Lumen Gentium, reconoce el sacerdocio común de todos los bautizados y la misión compartida en la edificación del Reino. En la actualidad, este pasaje interpela a reconocer el valor del servicio cotidiano. En un mundo donde muchas veces solo se visibilizan los grandes logros, Jesús nos recuerda que el Reino también se construye con pequeños gestos de amor y disponibilidad. Para quienes viven en la rutina familiar, el trabajo humilde o el servicio silencioso, este texto es fuente de esperanza: todo acto ofrecido con amor es parte de la misión de Cristo. Nos desafía a valorar la dignidad de todos y a construir comunidades donde cada aporte sea reconocido como don del Espíritu.