📅 08/06/2025
Juan 7, 37-39
En la solemnidad de Pentecostés, Jesús promete ríos de agua viva a quien cree en Él. Esa agua es el Espíritu Santo, fuente de vida nueva. Hoy oramos para que esa promesa se cumpla en cada corazón sediento de Dios, dispuesto a vivir bajo su amor y poder.
Haz una pausa… cierra los ojos. Respira con calma y siente la sed de tu alma. Hoy Jesús se alza en medio de la fiesta para gritar a tu corazón. Escucha esa voz que llama y ofrece: “¡Ven a mí y bebe!”. Abre tu ser al don del Espíritu. Este es un día de gracia.
Jesús invita a los sedientos a venir a Él y recibir el Espíritu Santo.
“Si tú supieras el don de Dios... Yo Soy la fuente inagotable de vida. Si te acercas, si me crees, haré brotar dentro de ti manantiales eternos.” – Yo Soy (Concepción Cabrera de Armida)
Padre amado, en el nombre de tu Hijo Jesucristo, te alabo y te doy gracias por este nuevo Pentecostés. Espíritu Santo, ven sobre mí, llena mis vacíos, sana mis heridas, enciende mi corazón. Como Iglesia y como hijo tuyo, deseo beber del río de vida que nace de tu amor. Amén.
Evangelio según San Juan 7, 37-39 – Biblia de Jerusalén 37 El último día, el más solemne de la fiesta, Jesús, en pie, gritó diciendo: «Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que cree en mí». 38 Como dice la Escritura: De su seno manarán ríos de agua viva. 39 Esto lo decía refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él; pues todavía no había Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado
En el contexto de la Fiesta de las Tiendas, donde se recordaba la fidelidad de Dios en el desierto, Jesús se presenta como la fuente definitiva de agua viva. Su palabra no es un simple discurso, sino un grito lleno de urgencia y promesa: el que cree en Él recibirá el Espíritu Santo, fuente inagotable de vida interior. El Catecismo enseña que el Espíritu Santo es “el agua viva que brota del corazón transfigurado de Cristo” (CIC 694). Él es la promesa del Padre, la Presencia que habita en nosotros y nos transforma. Sin Él, nuestra fe se vuelve árida, sin fuerza ni consuelo. Jesús no promete sólo gotas de consuelo, sino ríos que brotan de nuestro interior, es decir, una vida marcada por la fecundidad, la misión y la alegría. Pentecostés no es un evento del pasado, es una promesa diaria para quien tiene sed. Preguntas para meditar: ¿Reconozco mi sed espiritual o intento calmarla con cosas pasajeras? ¿He pedido conscientemente al Espíritu Santo que habite en mí y me renueve? ¿Qué frutos de su presencia son visibles en mi vida?
Espíritu Santo, alma de mi alma, te anhelo. Reconozco mi sed, mi necesidad profunda de Ti. Ven como fuego que purifica, como agua que refresca, como viento que impulsa. Haz brotar en mí tus ríos de paz, de gozo, de caridad. Quiero ser templo vivo donde habites. Despiértame, renuévame, lléname de Ti. Amén.
Imagina tu corazón como tierra reseca. De pronto, una fuente comienza a brotar… primero suave, luego abundante. Es el Espíritu. Deja que su presencia te envuelva. No digas nada. Solo recibe, como tierra que se deja regar. El silencio es oración. El Espíritu fluye. Habita en ti.
Personal: Dedicaré 10 minutos diarios a invocar al Espíritu Santo con sinceridad y humildad. Familiar/comunitario: Invitaré a mi familia a orar juntos hoy, pidiendo la efusión del Espíritu sobre todos. Examen: ¿He dejado espacio al Espíritu en mi vida? ¿He actuado por impulso humano o bajo su luz?
Por la Iglesia, para que viva un nuevo Pentecostés y anuncie con alegría el Evangelio. Por todos los bautizados, para que vivan según el Espíritu y no según la carne (cf. Rm 8). Por quienes se sienten secos o vacíos, para que el Espíritu renueve su interior. Por los misioneros, para que lleven la Palabra con poder y fruto. Por nosotros, para que seamos ríos de agua viva en medio del mundo sediento.
Gracias, Trinidad Santa, por este día de gracia. Padre, te adoro. Jesús, mi Señor, te sigo. Espíritu Santo, te recibo. Padre Nuestro... María, esposa del Espíritu, consagro mi corazón a tu Inmaculado Corazón. Enséñame a vivir lleno de Dios. Ave María… Amén.