📅 11/10/2025
Lucas 11, 27-28
Jesús nos recuerda que la verdadera bendición no está solo en hablar de Él, sino en escucharlo y dejar que su Palabra transforme nuestra vida. Si hoy sientes cansancio o falta de claridad en tu oración, este momento es para confiar como hijo en su voz amorosa, que calma el alma y da dirección al corazón.
Antes de comenzar, busca un lugar tranquilo. Siéntate con la espalda recta y respira profundamente tres veces, dejando que cada inhalación te traiga paz. Al exhalar, entrega tus preocupaciones al Señor. Dios está aquí, contigo, mirándote con ternura. No necesitas fingir nada, ven tal como eres. Deja que su presencia te envuelva y tu corazón se abra a su voz silenciosa.
Jesús revela que la verdadera dicha nace de escuchar y vivir su Palabra con fe y amor.
Yo soy la Palabra que se hace viva en quien me escucha con corazón sencillo. No busques lejos mi voz, porque habita en tu interior cuando callas y confías. Permanece en mí, y tu vida será fecunda aun en medio de la aridez. Yo hablo en lo pequeño, en lo cotidiano; allí donde el alma se abandona y deja que mi amor conduzca todo.
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amado Padre, hoy vengo a Ti con un corazón que necesita descansar en tu palabra. Jesús, Verbo eterno, enséñame a escucharte más que a hablar, a confiar más que a controlar. Espíritu Santo, limpia mi mente de distracciones y enciende en mí el deseo de orar con humildad y amor. Madre María, modelo de escucha y obediencia, acompáñame en este encuentro con tu Hijo, para que mi corazón sea terreno fértil donde germine la fe. Amén.
Evangelio según San Lucas 11, 27-28 (Biblia de Jerusalén): Mientras decía esto, una mujer de entre la gente levantó la voz y dijo: “¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron!” Pero él dijo: “Dichosos más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la guardan.”
Este breve pasaje muestra el corazón de la espiritualidad cristiana: no basta con admirar a Jesús o reconocer sus dones, sino acoger su Palabra y ponerla en práctica. En la tradición lucana, “escuchar” significa una obediencia amorosa que transforma la vida. Jesús no desprecia a su madre, sino que la pone como ejemplo supremo de quien escucha y guarda la Palabra. María encarna la fe activa que se convierte en fecundidad espiritual. En esta enseñanza, el discipulado no depende del parentesco, sino de la apertura interior a Dios, fuente de verdadera bienaventuranza. Tú también puedes vivir esta bienaventuranza. Escuchar a Dios es más que oír: es permitir que su voz toque tus decisiones, emociones y prioridades. Tal vez hay ruidos en tu interior —preocupaciones, heridas, miedos— que no te dejan escuchar con paz. Jesús te invita hoy a volver a la sencillez de la confianza: no necesitas entenderlo todo, solo permanecer en su presencia. ¿En qué área de tu vida necesitas especialmente esta Palabra? Quizás en tu oración, que a veces se vuelve rutinaria o distraída. Él te susurra: “Confía, estoy contigo.” Escuchar y guardar su Palabra es dejar que tu vida se vuelva eco del Evangelio. En cada gesto de amor, paciencia o perdón, la Palabra toma cuerpo otra vez. Deja que Jesús pronuncie tu nombre y renueve en ti la fe de quien se sabe amado.
Señor Jesús, gracias por hablarme en el silencio. A veces busco señales grandes, pero Tú me hablas en lo pequeño. Te pido perdón por las veces que mi corazón se cierra y no te escucho. Hoy quiero permanecer atento a tu voz, incluso en medio de mis tareas. Ayúdame a ser fiel a lo que me inspiras, a vivir con confianza, sin miedo al futuro. Dame la gracia de guardar tu Palabra con amor, como María. Te ofrezco mi jornada, mis pensamientos y mis emociones, para que todo en mí te glorifique. Enséñame a escucharte con los oídos del alma.
Imagina que estás entre la multitud. Jesús habla, y su mirada se encuentra con la tuya. Sus ojos transmiten ternura y firmeza. Escucha su voz diciendo: “Dichoso tú si guardas mi Palabra.” Siente la paz que brota de su presencia. El ruido del mundo se desvanece, y solo queda su amor rodeándote. Deja que su palabra se haga vida en ti, como un fuego suave que ilumina sin quemar. En silencio, recibe este don: el gozo de saberte escuchado, comprendido y amado por Él.
Hoy me comprometo a dedicar al menos cinco minutos de silencio al día para escuchar a Dios. Apagaré el ruido del celular y abriré mi corazón. Buscaré no solo rezar, sino dialogar, dejando que su Palabra me hable en lo cotidiano. Cuando me asalten las dudas, repetiré con fe: “Señor, confío en Ti.” Examinaré por la noche si he escuchado su voz en los gestos de amor, en la paciencia o en el servicio. Y si caigo, volveré a empezar, sabiendo que Jesús nunca se cansa de esperarme.
Por la Iglesia, para que sea un pueblo que escucha y guarda fielmente la Palabra de Dios. Por quienes se sienten lejos de Dios, para que redescubran la paz en la oración confiada. Por las familias, para que la Palabra de Cristo inspire la armonía y el perdón en sus hogares. Por cada uno de nosotros, para que sepamos escuchar al Señor en el silencio de cada día.
Padre amado, gracias por hablar a mi corazón. Te entrego mi vida y mi oración de hoy. Que tu Palabra me moldee y me haga dócil a tu voluntad. Junto a María, tu sierva fiel, quiero responder con un “sí” generoso a tu llamada. Te ofrezco mi día, mis alegrías y mis luchas. Padre nuestro, que estás en el cielo… Santa María, Madre de Dios, enséñame a guardar en mi corazón cada palabra de tu Hijo. Ave María, llena de gracia… Amén.
El Evangelio de Lucas, en su contexto, revela una teología del discipulado centrada en la escucha obediente. En el marco histórico, Jesús responde a una exclamación popular que exalta su maternidad biológica, redirigiendo la atención hacia la maternidad espiritual que proviene de la fe. El texto pertenece al género sapiencial y utiliza la antítesis para subrayar la verdadera bienaventuranza: la fidelidad a la Palabra. Desde la interpretación simbólica, “escuchar” y “guardar” evocan el dinamismo interior de María, quien meditaba todo en su corazón. Teológicamente, esta enseñanza reafirma que el Reino se acoge desde la interioridad, no desde el privilegio externo. La tradición patrística —de Orígenes a Agustín— insiste en que la escucha de la Palabra engendra a Cristo en el alma. El magisterio contemporáneo, especialmente en Verbum Domini, recuerda que la fe nace del oído. En la vida actual, este texto ilumina nuestro llamado a una espiritualidad de confianza: orar no es hablar mucho, sino dejar que Dios sea Dios en nosotros. En medio del ruido moderno, escuchar y guardar la Palabra se convierte en un acto de resistencia espiritual, una manera de mantener viva la esperanza en el amor que nunca falla.